Todo el mundo ha pensado en escaparse. De casa, de la
rutina. De lo que nos retenga. Escaparse para ser libre y hacer lo que nos de
la gana. Aunque libertad no significa eso del todo, pero eso es otro tema.
Escaparse muy lejos, muy muy lejos, para que no nos encuentren. Porque si nos
escapamos a un lugar cercano, pues menuda mierda ¿no? Porque ya lo conocemos,
porque nos encuentran. Y porque no vamos a correr aventuras en nuestro propio
territorio. Que ya nos lo sabemos. O eso creemos. Pero, si realmente queremos
que no nos encuentren, tenemos que ser muy listos y listas. Escondernos. Y qué
mejor lugar para escondernos que en el que sabemos que no nos van a buscar.
Por eso se escondió en el corazón de su ciudad. O en el
pulmón. No se acuerda.
Corrió durante un par de horas. Aunque igual fueron quince
minutos. A él se le hizo eterno, la verdad. La última noche en su casa no tuvo
nada de particular. Ni peleas, ni sobresaltos. La misma cena de los viernes.
Creo que era viernes
Cuando dejó de correr ya estaba en otro barrio, cerca de una
estación de tren y una calle con tiendas. No era tan tarde y todavía había
bastante movimiento. Entró en un sitio barato y pidió una hamburguesa. Nunca
comía hamburguesas. En realidad, no sabía si le gustaban demasiado, pero como
en casa no le estaban permitido comerlas el morbo de saltarse las reglas fue
suficiente. Chorreaba, tenía queso y demasiado tomate. Olía a plástico, aún así
le dio un bocado. Empezó a notar una mezcla de texturas. Había frío y calor,
era crujiente y a la vez tierna, el pan estaba tostado y el queso se salía por
los lados. Pero tampoco nos volvamos locos. No le gustó tanto. Como la primera
vez que te acuestas con alguien, que no resulta tan extasiante como pensabas.
Sobre todo si eres una chica. Pero él era un chico.
Antes de salir compró un paquete de cigarrillos. Tampoco le
estaba permitido fumar. Cómo le iba a estar permitido fumar. Era menor. Eso era
demasiado ilegal. Pero tampoco sabía si le gustaba fumar. No recordada haber
fumado antes. Los chicos de su clase fumaban, pero no salía con ellos. Las
chicas de su clase fumaban, pero no salía con ellas. ¿Qué hacía él? ¿Con quién
salía? No salía. Por eso los viernes eran una gran mierda. Los fines de semana
eran una gran mierda.
Cogió el metro. Iba a ver a dónde iba la gente de su clase
los viernes. No tenía ni idea, pero había oído algo de unos bares o no se qué
cerca de un parque, no muy lejos. No tardó mucho en llegar. En seguida vio un
par de rostros conocidos que entraban en un sitio ruidoso y oscuro. Entró tras
ellos. El lugar estaba lleno de humo (sí, en esta ciudad estaba permitido fumar
dentro de los establecimientos, qué gusto), la luz era roja, la música estaba
alta. Había un grupo tocando, la verdad es que era un sitio bastante bien
montado. Las chicas corrían de un lado para otro, agitando sus melenas y
batiendo las pestañas cargadas de máscara barata. Los chicos las miraban por
encima del hombro, se acercaban y las tomaban de la cintura, susurraban algo al
oído que las hacía reír y a continuación salían los dos de la mano hacía un
lugar más tranquilo y apartado. Allí, las manos recorrían sus cuerpos e
intercambiaban saliva durante unos minutos. Que la cosa llegase a más era poco
probable, por lo menos en ese preciso entorno. Eran todos tan jóvenes…
Él se pidió una cerveza. Qué bien sentaba hacer cosas no
permitidas. Si es que ni siquiera le gustaba la cerveza. Ni el tabaco. Ni las
hamburguesas. Qué risa.
Alguien le dio unos toquecitos en la espalda.
-¡Hey, Saúl! Joder, qué sorpresa. ¿Qué haces tú por aquí?
¿Has venido solo? Ven, hombre, siéntate con nosotros.-
Era uno de su clase. No se acordaba de su nombre. Javi, o
Jaime, o Alex. Ni idea. Alex, puede que fuese Alex. Iba con un cigarro en la
boca, la camisa desabotonada dejaba ver un cuerpecito de Adonis griego, los
pitillos ajustados, el pelo despeinado pero manteniendo las formas. A las
chicas les volvía locas. Locas. Y a los chicos. Locos. Hablaba de las cosas
correctas en el momento correcto, sabía qué decir, cuándo decirlo y a quién
decírselo. Sabía de todo, era amigo de todo el mundo, era inteligente, también
divertido, ocurrente. Un completo capullo, vamos. En la mesa había más chicos
parecidos a éste, tres o cuatro. También había unas cuantas chicas risueñas que
reían todas las gracias que decía Alex, sentadas encima de los otros chicos,
todas tenían las mejillas rosadas por culpa del alcohol que no deberían haber
bebido. Empezaron a hablar de algo que había pasado aquel día en el colegio,
algo de lo que Saúl no se había enterado.
-Total, que va la muy guarra y me suspende. No me parece ni
medio normal ¿sabes?-
-Buah, pero tú no te preocupes, de verdad. Esa no tiene ni
idea, ha llegado nueva y se cree la reina del mambo, ya le bajaremos los
humos.-
-Que no es nueva, lo que pasa es que era de primaria y la
han puesto ahora con nosotros.-
-Es que me la suda, tía. A mí nunca me ha suspendido nadie
¿me oyes? Y menos esta pava.-
-Bueno, ya vale chicas- intervino Alex de forma paternal.-
No os preocupéis. En cualquier caso me han contado que ha tenido una movida muy
grande y tiene pinta de que se va a ir en nada.-
Las chicas prestaron atención a Alex, con los ojos más
abiertos aún.
-¿Una movida? ¿Qué movida?-
-¿Está preñada? Seguro que está preñada.-
-O es drogadicta. Tiene cara de yonkie, te lo digo yo.-
-¿Quién te lo ha contado? ¿Cómo lo sabes?-
Alex disfrutó de la atención que estaba recibiendo. Dio una
larga calada a su cigarro, que parecía no acabarse nunca, y acariciando la
pierna de una de las chicas (que casi se desmaya) explicó:
-Os montáis unas historias vosotras… Mirad, resulta que ha
discutido con los demás profesores por no sé qué y vamos, que está prácticamente
de patitas en la calle.- Tomó un sorbo de su bebida, dibujó una media sonrisa y
terminó diciendo- Tengo mis contactos ¿sabéis?-
-¿De quién habláis?- preguntó Saúl, que no entendía bien la
historia.
-De la de mates.-
-¿La joven?-
-Sí.-
Entonces aquel cotilleo dejó de gustarle. A ver, que no es
que le hubiese gustado en ningún momento, pero en fin. Que se enfadó un poco.
Amanda era una profesora que le gustaba bastante. No era una persona que
discutiese. No lo parecía, al menos. Saúl se había puesto de mal humor. No
entendía. Se acabó la cerveza de un trago, se levantó y haciendo un gesto de
despedida con la mano se fue de aquel lugar. Tampoco se dieron mucha cuenta de
que se hubiese ido. Tampoco de que hubiese llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
la gente está buscando en internet tu opinión de mierda (es broma, es de una canción de Astrud muy buena) comenta, eres bien recibida.