martes, 19 de agosto de 2014

Conversaciones contigo VIII

Sonó el teléfono.
Una mujer que rondaría los cincuenta años lo cogió.
-¿Sí?-
-Ya está.- dijo una voz masculina al otro lado de la línea.
-Ya está, ¿qué?- la mujer reconoció la voz del chico, pero no parecía muy alterada.
-Que ya está.-contestó él, sonaba enfadado, había un ligero tono de reproche en su voz.- Hice lo que me dijiste, la llevé al hospital.
La mujer al final comprendió, pero no le dio mucha importancia
-¿Y cómo está?
-Ya sabes, igual. Dicen que no es grave.
-Bueno, menos mal.
-Menos mal.
Hubo un silencio. Se escuchó un leve suspiro.
-Mira, hiciste lo que tenías que hacer.- Dijo ella, intentando usar las palabras correctas.-No te puedes sentir culpable porque es algo bueno. Para los dos.
-Ya, pero no una cosa no quita la otra. Me preocupo. Me preocupa. Dicen que no es nada, pero yo no sé si saben lo que le pasa.-El muchacho tomó aire para seguir hablando. Su voz comenzaba a temblar, pero intentó disimularlo. Lo último que quería era que aquella mujer con la que hablaba notase su debilidad.-Nadie la entiende de verdad. Nadie la conoce. Sólo yo. ¿Tú hablabas con ella? Pues no. Era yo quien iba todas las semanas a verla, a comprobar que estaba bien, a ver que no se había partido la cabeza.
-Nadie te obligaba a ello.
La mujer comenzaba a cansarse. No quería escuchar un sermón ahora. Aquel niño no era quién para regañarla. Mientras tanto, al otro lado, él se iba desesperando poco a poco, se iba sintiendo pequeño, e impotente. Buscaba una justicia ficticia, la exigía, la necesitaba. Pero estaba buscando en el lugar incorrecto.
-No necesitaba que nadie me obligase. Lo quería hacer yo. Yo quería saber que estaba bien, quería volverme a mi casa y saber que no se había tirado por la ventana, y que no lo iba a hacer.
-Escucha, todo esto me parece muy bien, tienes toda la razón. Pero ya está hecho ¿de acuerdo? Ya no te tienes que preocupar. Ya no hay nada por lo que preocuparse. ¿Me oyes? NA-DA.- La mujer estaba hartándose, quería colgar.- Además, seguro, segurísimo que es cuento la mitad. No quiero que sigas así. Tienes que hacer lo que te apetezca. Olvídate de ella, por Dios.
-¿Te estás oyendo? Mamá, por favor. Es horrible oírte decir eso. Ahora es cuando más tenemos que estar con ella.- Ahora dejó que la voz temblase.- Aunque se lo invente. Tenemos que hacer que vuelva a ser como antes. Como antes. No pido tanto. Quiero que no tenga miedo. Necesito que me ayudes. Un poco. Que vea que le importas. Un poco. Lo que sea.
Ella se cansó. No quería saber nada más, nada de nada. No quería oír a su hijo seguir hablando, y menos de su hija. Qué cara tenía su hija. Cómo quería llamar la atención. No era justo. No merecía esa atención. Y él que era idiota se dejaba embaucar, se dejaba liar, y la quería liar a ella. A ella que la dejasen en paz. Ya eran mayorcitos. Basta ya. Eran sus problemas.
-Voy a pensar. Déjame. No me llames. No me llames hasta mañana. No me llames hasta la semana que viene. Adiós.

-¡Espera! Bien, muy bien. Excelente. Tengo una pregunta, y ya no te molesto. De verdad, una pregunta, una, nada más. ¿Por qué tuviste hijos? Sí, ¿por qué tuviste hijos si no te preocupan, si no te preocupamos? -No obtuvo respuesta. Un silencio desagradable.- Mira, no hace falta que contestes. Mañana nos vemos en el hospital. A las diez. Habitación 101. Adiós, mamá.

2 comentarios:

  1. Escribes genial Estrella, me encantan! (Perdona se me borró el comentario anterior )

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la gente está buscando en internet tu opinión de mierda (es broma, es de una canción de Astrud muy buena) comenta, eres bien recibida.