martes, 19 de mayo de 2015

Madame du Châtelet

En esta entrada hablaré de algo diferente, de la relación fugaz que he tenido con Madame du Châtelet (1706-1749)

Émilie me pareció una mujer con suerte al principio, afortunada por haber nacido en una familia con dinero y afortunada por tener un padre que la quería tanto y que quería una excelente educación para ella (cosa poco común en la época). A medida que iba aprendiendo más cosas sobre ella, me parecía algo desdichada, atormentada. El episodio que tuvo con el conde Guébriand me dio cierta lástima. La imaginaba tan joven, tan ingenua, que pese a ser una muchacha tan inteligente cae en las redes de este hombre seductor. Pero al ver que aprende de sus errores (o mejor dicho tropiezos) seguí confiando en ella.
Me maravilló el comienzo de la relación con Voltaire. Me parecía tan idílica, tan espléndida, tan soñada. Me encantaría poder vivir así. La entendí cuando el libro me explicaba lo enamorada que estaba, lo mucho que disfrutaba con este hombre, lo feliz que la hacía. Y lo feliz que a él le hacía ella. Me fascinó la complicidad que describen, lo bien que se llevan, lo poco que se aburren.
Mas hay algo que me rompió toda la imagen que tenía de Voltaire, aquí es cuando la “suerte” o “buena estrella” de Émilie me parece que la abandona: me hizo recordar que todo esto sucede en el siglo XVIII y por muy visionario, intelectual y filosófico que fuese Voltaire, no dejaba de ser un hombre de su tiempo. En cuanto a la increíble Émilie le empiezan a ir bien las cosas, publica su primera obra por si misma, se está haciendo oír, es el tema de conversación de toda Francia; cuando profesionalmente su vida no puede ir mejor, Voltaire se pone contra ella. Su amante y compañero comienza a decir que es una mujer muy exigente, muy autoritaria, muy avasalladora, demasiado activa, demasiado dominante y absorbente.
Y esto, querido lector y querida lectora, es lo que me exaspera. En cualquier momento de la historia, me atreveré a decir que hoy también ocurre, en cuanto una mujer es exitosa, se le atribuyen todos estos adjetivos: se la tacha de egoísta, ambiciosa, prepotente. En cuanto una mujer deja de ser sumisa, dócil y obediente, se le adjudican una cantidad ingente de atributos peyorativos. Se llega a decir que está loca, desequilibrada o enferma. He llegado a oír que el éxito profesional femenino es debido a un exceso de hormonas masculinas en la mujer.

Querido lector, querida lectora. No me parece justo ni real que se tache a una mujer con sueños y objetivos con todas estas palabras en su sentido más negativo. Y es terrible, porque hasta las personas (y no digo sólo hombres, digo personas) más tolerantes, más progresistas e iluminadas caen en esto. Si las mujeres tuviesemos realmente los mismos medios que los hombres, si realmente fuésemos tratados como iguales, esto no pasaría. Si realmente viviésemos en una sociedad basada en la igualdad, una mujer que ha conseguido triunfar en su vida no sería algo nuevo, porque todas podríamos hacerlo. Yo me indigno. ¿Cuándo será el momento de que una mujer exitosa, capaz de llevar hacia delante su vida sea algo tan normal y corriente como un hombre?

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