miércoles, 6 de junio de 2018

maría 101


Buscar trabajo le generaba una gran ansiedad. Sería la falta de práctica, de costumbre. Aquella ciudad extranjera o su escasa paciencia combinada con lo intrincada que era la tarea. Una se piensa que llega allí, planta su currículum y la llamarán a las pocas horas. O así pensaba ella que funcionaba el mundo. Pero después de haberse recorrido todas las librerías de su zona sin éxito alguno, su esperanza y motivación estaba por los suelos. Suele ocurrir cuando se viene de una familia acomodada. Se fue de casa para estudiar, y la vida adulta no resultó ser tan cómoda e ideal como se imaginó. Las protagonistas de sus novelas tienen la vida en bandeja, como la tenía ella en casa. Se enamoran, trabajan en lo que las apasiona (o consiguen dedicar su vida a ello con un agradable trabajo a media jornada que las da de comer) y viven aventuras en las capitales europeas, todas inesperadas, casuales e intuitivas. Pero la ciudad es hostil y si en casa todo se presentaba sencillo y suave como un pañuelito de seda, aquí una estaba sola. Se acababa el curso escolar e iba a tener que ponerse a trabajar cuanto antes. Las facturas se la comían, llevaba semanas alimentándose de fideos instantáneos y comidas congeladas. No salía, a sus amigas les daba apuro invitarla porque sabían de su situación. Ya había pedido demasiado dinero a su familia, suficiente bochorno había pasado ya arrastrándose delante de su padre para que le hiciera alguna transferencia de más.

- ¿Y la cafetería, María? ¿No te pagan?

-Claro que me pagan, papá. Lo que pasa es que este mes no sé qué le pasa al encargado que tiene no sé qué lío con la dueña y se están retrasando. Pero en una semana o dos me han dicho que me lo ingresan. Que no me quiero retrasar otra vez en el alquiler, la casera salta a la mínima y no quiero tener problemas. Te juro que te lo devuelvo en cuanto me paguen.

-Bueno, bueno. Tú sabrás. Igual el trabajo ese no te conviene, si no son regulares con los pagos. Quéjate al sindicato o algo.

-Qué sindicato, papá, si son un café de esos independiente, que son una familia.

-Pues que te pague la familia. Que te paguen ya.

-Sí, papá, sí. Mañana vuelvo a insistir. Pero hazme la transferencia hoy por favor, que si no no me llega hasta el lunes.



Lleva casi dos meses sin trabajar en la cafetería, que tuvo que cerrar porque no funcionaba en absoluto. Va a clase, estudia mucho y saca buenas notas. Lee dos o tres libros a la semana, sonríe siempre. Todo el mundo la adora, ella sabe hacerse adorar. Tiene carisma, sería buenísima trabajando de cara al público, vendiendo lo que sea. Y eso que no es especialmente guapa, ni alta, ni delgada. Tiene un encanto que nadie sabe describir. ¿Durará toda la vida? ¿O sólo ahora que es joven y radiante?

Se vuelve a meter en internet a buscar otras librerías cercanas. Se ha empeñado en que no quiere trabajar más en hostelería, sus amigas no la entienden.

-María, tengo un amigo majísimo en un bar, buscan camarera.

-Que paso de trabajar por las noches, que me duermo.

-Pero chica, ¿tú cuánto necesitas trabajar?

-Mucho.

-Llama a mi amigo, de verdad. Con un poco de suerte empiezas mañana.

-Que no puedo con un bar, te lo prometo. Me agobio, no aguanto tantas horas de pie, no me gustan los borrachos y el olor a cerrado. No me gusta sudar.

-Le llamo.

-Que no.

-Coge el teléfono.



María se presenta en el bar el viernes a las siete. Roberto le sonríe y le enseña el lugar.

- ¿Tienes experiencia?

-Un poco. – Roberto debe notar el desinterés de la muchacha a kilómetros, pero sigue adelante.

- Bueno, no pasa nada, es facilísimo. Tienes aquí un plano de las mesas, puedes encargarte de la pista. Ya si eso más adelante veremos si te va mejor la barra.



A María lo que más miedo le da en la vida es aburrirse. No quiere crecer (¿o envejecer? ¿A qué edad deja de crecer una y comienza a envejecer? Ambos verbos sólo contienen la vocal E.) María se juzga, juzga su mente y sus palabras. Es agotador. Es estresante. Sus ideas sobre el mundo salen silenciosas de su boca pequeña, su visión sobre las relaciones sociales, los seres humanos. María piensa muchísimo, cosas que seguramente alguien ya pensó en el siglo XVIII pero que ella no ha leído aún. María no comprende el concepto de ‘comportarse en sociedad’: la cortesía, los modales, las relaciones profesionales. En general cualquier relación humana superficial. No es genuino, no es puro. No significa que odies a tu compañera de trabajo o a tu tía la hermana de tu madre, simplemente es ese intercambio vacío el que no puede comprender. Le cuesta ponerlo sobre el papel. Le cuesta explicarlo a sus amigas. Por ejemplo, la única, la verdadera forma de relación humana, la más pura, es el amor. Menuda cursilada, piensa nada más contárselo a Roberto. Pero es verdad. Es el único lugar en el que ella encuentra esperanza.

-Perdóname, me explico fatal.

-No, en absoluto, pero las personas tienen que sobrevivir, y para ello hemos creado todo este sistema social, esta estructura. Somos seres sociales, al fin y al cabo.

-Pero no me enriquece. Este sistema del que hablas. No me llena. No crezco como persona, no alcanzo grandes experiencias o conocimientos.

- ¿Y qué quieres alcanzar?

- No lo sé.

- ¿Entonces?

- Sólo digo que la vida no puede ser sólo esto. No podemos estar aquí para trabajar de 9 a 5, tener una casa en las afueras, tres niños y envejecer en la playa, con suerte. Ya sé que esto es un cliché, pero los clichés lo son por algo. Me gustaría vivir una vida como Santa Teresa de Jesús.

- ¿Perdón?

- Quiero experimentar ese éxtasis. Claro. Ya lo sé. Quiero experimentar ese misticismo, sin drogas, sin sexo, sin estar al borde de la muerte. Algo mucho más sencillo. Más puro. La infancia es pura. Por eso no quiero crecer.



Roberto mira el reloj en la mesilla.

- Vámonos a dormir.

La luz de la farola atraviesa las persianas, iluminando la mirada quieta de María, fija en el parpadeo del reloj. 3:08.

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