martes, 14 de octubre de 2014

Capítulo III

Pisó a la gata y encendió la luz. Las llaves se cayeron y alguien gritó pidiendo silencio.
-Pasa.-
Dejó caer el abrigo al suelo.
-¿Y tus padres?-
-De viaje, no están.-
Se sentó en el sofá y se quitó las botas.
-¿Qué? ¿Te vas a quedar ahí de pie?-
Saúl echó un vistazo a la habitación. Era una sala de estar no muy grande, había un sofá verde como de terciopelo, le recordó a los asientos del cine, o del teatro. Así como antiguo. Había una alfombra llena de pelusas. No había televisión, los libros estaban tirados por el suelo, desde best sellers, pasando por libros de poesía y manuales de dibujo. Había torres de discos acumulados, también cintas de VHS en un montón. ¿Quién seguía viendo películas en VHS? Las paredes estaban cubiertas de cuadros de paisajes, también posters de películas o grupos de música que ya nadie escuchaba. Aquello empezaba a marearle, demasiada información. Había platos sucios, tazas medio llenas, bolsas de té, revistas de música, la cesta del gato. Gato.
-No me digas que tienes un gato.-
-Gata. ¿Qué pasa?- Manu estaba tumbada en el sofá encendiéndose otro cigarro. -Mierda, pásame un cenicero.-
-Me dan alergia los gatos.-
-Pues saca la cabeza por la ventana. Pásame un cenicero.-
-Me voy a poner malísimo, no sabes la alergia que tengo.- Ya empezaba a sentir el ardor en los ojos, de verdad, para qué habría venido.
-Están encima de la chimenea, ahí, en la repisa esa.- Manu empezaba a hacer malabares con la ceniza.
-Creo que me voy.-
Ella se levantó, golpeó el cigarro un par de veces y suspirando le preguntó:
-Y a dónde vas a ir, alma de cántaro. ¿Has visto la hora que es?-
Saúl se dejó caer en el sofá. Qué, ¿volvía a casa? Entonces había sido un fracaso de escapada, sería muy triste. No, él tenía un orgullo, un orgullo que había que mantener. Dignidad, o lo que sea.
-Vamos a hacer algo de cenar.-
Manu sonrió, le dio unas palmaditas en la espalda y se dirigió a la cocina. La miró mientras caminaba. Parecía que no pesaba. Su melena corta botaba sobre sus hombros. Nunca había visto un pelo tan rizado. Llevaba camisetas demasiado pequeñas que dejaban ver su ombligo, pantalones anchos de tela tejana que demostraban los muchos lavados que habían sufrido, doblados por los tobillos. No le miró el culo. De verdad que no. Lo jura. Aún lo jura. Ella jura lo contrario, pero bueno.
-Pon música, la que tú quieras.- Gritó desde la cocina, aunque sabía perfectamente que no hacía falta, ya que estaba a menos de dos metros del salón; de hecho sólo la separaba una barra tipo bar. Qué moderna.

Cenaron mirando a la chimenea sin encender.
-¿Por qué tenéis tantas películas si no tenéis televisión?-
Manu sonrió.
-Te fijas en todo.-


-Dale a la equis, que le des a la equis, tronco. ¡Va, va, va! ¿Ves? Ya nos han vuelto a matar, yo así no juego más.-
Se quitó los cascos y apagó el monitor. A Juan no le gustaba perder. Es más, odiaba perder. Por eso le ponían tan nervioso los videojuegos online. Porque, según él, todos eran unos mantas y siempre le tocaba en el equipo de los bobos. Que parecía que había un anuncio, si tienes severos problemas de movilidad y atención, por favor, juega online. Esto le sacaba de quicio. ¿Qué hora era? No lo sabía, tampoco le importaba. Se podía pasar toda la noche jugando a lo que fuese. Así le gustaba a Juan pasar los fines de semana. Eso y ver un poco a Manuela. Llevaban saliendo ya casi un año. Nunca supo muy bien qué vio en él, o qué vio él en ella. Supongo que los raros con los raros se llevan bien. Y que con un par de cubatas encima, pues todo el mundo es más guapo. Y si luego resulta que te hace reír, y que tiene un culazo, pues eso que te llevas. Supongo que él la llevaba un poquito más a la tierra, y ella le ayudaba a volar. De todos modos, a Juan siempre le habían gustado las rubias.

Sin lavarse los dientes, ni ponerse un pijama (¿qué es un pijama en el mundo masculino adolescente?) ni mucho menos darse una ducha, se metió en la cama. El reloj de la mesilla marcaba las 4:27. Buenísima hora.

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